El cerumen (la cera de los oídos) es una secreción natural protectora de la piel del conducto auditivo. Tiene propiedades antibacterianas, por lo que actúa como defensa frente a las infecciones del oído (otitis). Asimismo, proporciona un efecto barrera contra la entrada de impurezas (polvo, partículas, arena, insectos…) que podrían llegar hasta el oído interno.
Por lo tanto, mantener “encerado” el conducto auditivo externo es adecuado y saludable.
Controlar el cerumen
La higiene más recomendada por los profesionales es la que permite controlar que el cerumen no ensucie el pabellón de las orejas y que no se produzca un exceso que se convierta en un tapón
Pero ¡atención! hay una serie de errores higiénicos que es preciso evitar:
– El uso de bastoncillos (lo que se consigue es empujar el cerumen hacia el interior del oído)
– Hurgarse los oídos con objetos como clips, capuchones de bolígrafo, horquillas, etc. (lo que se consigue son rasguños y heridas que pueden infectarse)
– La higiene obsesiva (lo que se consigue es un “efecto rebote”, es decir, mayor producción de cerumen)
La higiene correcta
Para limpiar el oído, lo mejor es utilizar una toalla o paño ligeramente humedecido y frotar con suavidad el pabellón de la oreja. Para eliminar el exceso de cerumen, pueden utilizarse productos específicos (llamados “cerumenolíticos”) de venta en farmacias.
¿Y si el tapón ya se ha formado?
Si se ha formado un tapón de cerumen, el primer paso es reblandecerlo con la aplicación de gotas cerumenolíticas durante unos días. Una vez reblandecido, puede extraerse con facilidad.
Lo más aconsejable siempre es que sea el especialista quien prescriba las gotas y quien extraiga el tapón. Lo mejor es aprovechar la visita anual que todos deberíamos hacer al otorrinolaringólogo.